02 abril 2006

Citizen Dog (Mah Nakorn, Wisit Sasanatieng, 2004)



Existen películas que tienen la capacidad de perdurar en nuestra memoria ya sea por los sentimientos que nos provoca el verlas, porque sentimos la necesidad de analizarlas con más profundidad, porque nos atrapa su historia y/o sus personajes, porque no podemos sacarnos su melodía de la cabeza, etc.
El último y fascinante filme de Wisit Sasanatieng tiene dicha habilidad. Su crítica social disfrazada de comedia romántica nos arrolla desde un principio con su colorido y con las vicisitudes de sus carismáticos personajes y ya no nos suelta hasta que desaparece la última letra de los "end credits".




El argumento, en apariencia sencillo, gira alrededor de Pod, un joven que abandona su pueblo para ir a trabajar a Bangkok. En la gran ciudad, se relacionará con una variada gama de personas a cada cual más excéntrica e intentará conquistar (como el resto) al gran amor de su vida.

El director de "Las lágrimas del tigre negro" reincide en el colorido kitsch y en una poderosa imaginería visual (cosa que ha hecho que se la equipare injustamente a Amélie, un gran error pues Jeunet lo utiliza para darle el toque de cuento necesario a su historia y Sasanatieng para esconder la crítica inherente a ella) en su segunda propuesta ante las camaras y el resultado no ha podido ser más satisfactorio, una historia llena de dobles lecturas y de personajes que merecerían ser los protagonistas absolutos de cualquier otra película.




El mensaje más obvio es el contraste entra la felicidad y paz del mundo rural y el stress y el ritmo de vida urbano que nos imponen las grandes urbes (un hecho que se encargan de repetir los directores tailandeses en prácticamente toda su filmografía). Todos andan perdidos en la gran ciudad, ellas absortas en falsos sueños que las ciegan y no les permiten ver lo que tienen y ellos tratando de alcanzarlas inútilmente. Se comunican, se dicen lo que piensan pero no se llegan a entender. Un poco, la universal historia romántica vista infinidad de veces pero que en manos del director tailandés se convierte en un prodigio de originalidad gracias a unas subtramas muy peculiares donde encontramos, además, las restantes críticas sociales.

Nada se salva de la quema, las modas pasajeras, el consumismo, el reciclaje, el sistema de trabajo en las grandes empresas, la industrialización (con un sketch muy en la línea del Chaplin de Tiempos Modernos), la incomunicación en la sociedad actual y dentro de la era de las grandes comunicaciones, la educación, etc. Todo forma parte de la llamada de atención global que hace el autor al espectador, aunque de todas ellas, merece destacarse (y que prácticamente resume todo lo anterior dicho) la que surge a partir de la relación entre Mam y Tongchai, una niña y su peluche.




Mam es una niña que se cree adulta (de hecho hasta fuma) debido al desinterés de sus padres hacia ella que la tratan como tal (esa estupida corriente actual de tratar a los niños como si fuesen adultos) y que pretenden demostrar su amor regalándole todo tipo de muñecas y artilugios. El único que la quiere y la comprende es Tongchai, su osito de peluche, un juguete con vida propia (también fuma y bebe para olvidar) que se desvive por ella y que la consuela día tras día. Ella normalmente le responde con desprecio (tampoco le han enseñado otra forma de amar) y se desquita yéndose de compras diariamente (así entran en la vida de Pod que en ese momento es taxista). Separados por un teléfono móvil (el último regalo que le han hecho a Mam y desde entonces su único medio de comunicación), la única manera que encontrará Tongchai para recuperarla será hacerse con otro, ahora podrán vivir felices juntos mientras se hablan, desde escasos centímetros, mediante dicho artilugio.

Pocas veces me he reído tanto viendo un filme mientras subliminalmente se cargaban todos los tics adquiridos por la sociedad del bienestar.

Las cosas se pueden decir más alto pero no más claro y a Wisit Sasanatieng no le hace falta alzar la voz para dejar clara su postura, el resto (hacerle caso o no) ya depende de nosotros, el problema está en la posibilidad de que el malacostumbrado espectador se quede en la forma y no en el fondo (y luego se digan cosas, repito, como que nos encontramos ante la Amélie tailandesa pasada por el filtro de Almodóvar, si es que hay algunos críticos a los que se les tendría que dar de comer aparte).

En definitiva, una nueva muestra del magnífico trabajo que se hace en Oriente, sin ataduras, original y a contracorriente.
Un cine social envuelto en papel de caramelo pero mucho más real que el falso realismo que tenemos por estos lares.





Sergio Herrada Ruiz

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Ya era horita, flor!
me apunto esta peli para ver. la estética kistch tiene su coña.

Anónimo dijo...

Otro que se sube al carro... no estoy acostumbrado a cine tan colorido xD

Sergio Herrada Ruiz dijo...

Pues se me había olvidado comentaros un pequeño detalle, además tiene toques de musical... XD


Nos leemos

Anónimo dijo...

Por diooos q bizarro parece !!!
Creo q la mula se pondrá a trabajar con esto ;-).
Me tomo la libertad de agregarte al blogroll de mi blog (www.dejamebailar.com) y desearte suerte.
Saludos !

Anónimo dijo...

pa'dentro!



P.D.-> Aleluya!

Roberto A. O. dijo...

Brillante film y sólida reseña. Una de las mejores obras vistas en el pasado Sitges. Cine creativo+sátira social...que mas se puede pedir!!

Saludos

Anónimo dijo...

Muy buen resumen de un film que me ha parecido genial.